El rumor del agua en la calle es, casi siempre, música celestial. De ahí que se valoren tanto las fuentes ornamentales. Pero no querríamos que el tamaño de esa seducción nos hiciera olvidar algo elemental: la necesidad de caños para beber en la calle. ¿A qué puede responder que hayan ido desapareciendo las fuentes de beber del espacio urbano? ¿Ya no tenemos sed? ¿Basta con los bares? ¿Hay que entrar en un café para poder beber agua? Porque así es: resulta complicado en muchos puntos de la ciudad calmar la sed en una fuente, como se hizo toda la vida.
Es cierto que su función antes era otra, más compleja. La red de abastecimiento no llegaba a los domicilios y era necesario acudir a las fuentes para casi todo. Como decía Jesús Anta en su libro Fuentes de vecindad en Valladolid: “Eran lugares de cita, zonas donde entretener el tiempo, de encuentro furtivo para el cortejo entre jóvenes (…); lugares para el encuentro, la charla y el cotilleo; contribuían a la vida en común de los vallisoletanos, por ejemplo. En definitiva, eran lugares de socialización”.
Hoy, paradójicamente, al haberse generalizado en nuestras ciudades la red de agua, se ha perdido la posibilidad de saciar la sed fácilmente en la calle. Hay ciudades que en este asunto son una referencia. Roma, por ejemplo, tiene a gala contar con sistema de fuentes públicas de beber, extendidas por toda la ciudad, de agua fresquísima. Se fue construyendo desde finales del siglo XIX, tanto en los barrios antiguos como en los nuevos, con un tipo de fuente que se hizo muy popular: los llamados nasoni, narizotas, por la forma tan peculiar de su caño. Hay más de dos mil de estas “narices” en la actualidad, aparte de otras muchas fontanelle (fuentes de beber) de distinto tipo.
Hay que hacer de Valladolid, al menos en esto, otra vez Roma. El año que viene daremos un empujón para ello, instalando más de veinte fuentes por toda la ciudad. También para eso ha de servir la recuperación de la gestión pública del agua, para fomentar su dimensión social. Las fuentes nos hablan de un modelo de ciudad en la que se prima el espacio público. Su ausencia parece decirnos que entre el domicilio privado de cada cual y los negocios donde nos dispensan bebidas no existe un espacio comunitario en el que pasear, jugar y encontrarse. La calle no puede ser solo un nexo entre el hogar y nuestros quehaceres para ser recorrido apresuradamente. Una ciudad amable tiene que ofrecer un trago a quien ha salido a pasear o hacer deporte, o a esos niños y niñas que juegan en las plazas.
María Sánchez y Manuel Saravia
Portavoz y concejal de Valladolid Toma la Palabra
Artículo publicado en El Norte de Castilla.