La Asociación Familiar Delicias me invitó a ser la pregonera de las fiestas este 7 de Julio y con mucha ilusión acepté su ofrecimiento. Os dejo a continuación mi intervención. La foto es de A. Quintero en El Norte de Castilla.
«Mi primer recuerdo de Las Delicias es de esos tan tempranos que te parecen reales sin haberlos vivido. Y digo esto porque una no distingue bien si provienen de lo que le han contado tantas veces sus mayores o realmente de su propia memoria. Me refiero a una antigua casa, justo encima del bar La Pasarela, al lado de la vía y junto al túnel de Labradores. Allí pasaron buena parte de su vida Marce y Mariano, mi abuela y mi abuelo, antes de mudarse para pasar sus últimos años a otra casa, que recuerdo como si fuera ayer, en la Calle Menorca. En ella pasaba tardes enteras, o incluso días si eran vacaciones escolares, mientras mi madre y mi padre tenían turno en el ambulatorio del barrio o reuniones sindicales. Allí aprendí a jugar a las cartas (no os lo toméis a broma: juego realmente bien al tute), pero aprendí también a sentir la calle como propia, compartiendo juegos con cualquier otro niño o niña. Entonces todavía se podía jugar en la calle sin demasiado riesgo. Pero hemos ido perdiendo el espacio público, incluso para la fiesta.
Las fiestas siempre hacían salir a mis abuelos de la rutina, se encontraban con sus amigos y amigas para pasear por Canterac, charlar o llevar al grupo de nietos a las distintas atracciones… Nosotros, los más pequeños, reivindicábamos más tiempo para ir a ver pasar el tren, subidos en los barrotes y preguntando cuando pasaba alguno: ¿este dónde va? ¿cuánto tarda? ¿cuánto falta para el siguiente? (les teníamos realmente hartos). Nuestros mayores también se reunían para alternar por los bares conocidos y para comer en casa de alguno de ellos o hacer una merienda en la calle, porque se pasaba mucho más tiempo en la calle que en otras épocas del año. No hacía falta tener mucho para disfrutar también mucho. Tengo la impresión de que antes lo fundamental era el encuentro y que cada vez nos cuesta más disfrutar de un ocio no mercantilizado… que cada vez nos cuesta más entender la fiesta sin una “feria de día” de por medio. Y entiéndaseme bien: disfruto como la que más tomando unos pinchos y unas caña con mis amistades y he sido asidua de la calle Gerona cada mes de Julio, pero no puedo evitar cierta nostalgia de tantas fiestas populares de mesa y sillas de camping, tortilla de patata y bota de vino compartida de mano en mano.
Por eso es de agradecer el esfuerzo de las asociaciones vecinales por mantener ese espíritu, por organizar otras actividades que demuestran que lo mejor de las fiestas no se vive como cliente ni como mero espectador, sino como parte activa. Os animo a que reconozcáis el trabajo desinteresado de estas vecinas y vecinos con vuestra participación en todos los eventos que están programados durante estos días y durante todo el año. Un trabajo desinteresado que debería contar con más medios y más apoyo público, porque la participación es un valor, es un fin en sí misma, que no se puede medir en balances contables. Una participación y un compromiso que se desarrolla a lo largo de todo el año en forma de proyecto que se ejecuta gracias al trabajo voluntario de muchas personas y que lamentablemente, corre el riesgo de ser olvidado en los cajones de las administraciones en unos tiempos de recorte duro en el ámbito de los derechos.
Aprovecho, por cierto, para agradecer enormemente a la Asociación Familiar Delicias que me haya invitado a dar este pregón. Es un orgullo tener este papel en las fiestas de un barrio tan emblemático, tan peleón y comprometido como Las Delicias. Me contaba el que fue también concejal de Izquierda Unida, Jesús Anta, que está documentada en 1887 la primera reivindicación vecinal de este barrio, firmada por 26 cabezas de familia, solicitando una fuente de vecindad. Cuando este tipo de pronunciamientos públicos parecían reservados para manifiestos de notables, burgueses y gente de clase alta, los humildes habitantes de las primeras casas molineras junto a la vía se atrevieron a alzar la voz.
Hay que recordar que cada pequeño avance le ha costado un triunfo a este barrio. En el caso de la vía, costó incluso centenares de vidas que quedaron segadas en el paso a nivel del Portillo de la Merced. Entre los años 20 y los años 30 se dieron continuos pasos adelante y atrás para construir una simple pasarela que nunca terminó de ser segura. Hasta 1952 no hubo un paso peatonal subterráneo y solo en 1953 otro para vehículos, un acontecimiento fundamental en el barrio, como pudimos ver recientemente en la exposición de fotografía en el Centro Cívico.
Permitidme volver a la actualidad un momento. Visto así, con perspectiva, parece increíble que la vía siga en el centro del debate público: esta misma mañana los colectivos vecinales reivindicaban en el paso peatonal de la Avenida Segovia el adecentamiento de la franja ferroviaria, francamente deteriorada. Y no solo eso, resulta increíble pensar que aquel paso que costó tres cuartos de siglo de conseguir siga siendo, 75 años más tarde, el único lugar por el que salvar la vía sin tener que irse a los extremos del barrio en el Arco de Ladrillo o el Paseo de San Isidro. Os animo a que comparéis, de memoria, cuántos pasos y de qué características permiten salvar la barrera del tren a lo largo de su paso por la ciudad y cuántos puentes se han construido o mejorado en las últimas décadas para cruzar el Pisuerga.
Cierro el paréntesis y vuelvo donde estaba. Decía que cada avance le costó un triunfo a este barrio y lo mismo ocurrió con la escolarización. Hasta principios de los años 30, en que se construyó el colegio Miguel de Cervantes en la calle Arca Real, no se contaba con una escuela de primaria, a pesar de que por entonces el barrio ya contaba con más de 5.000 habitantes y casi un millar de niños y niñas en edad escolar. Quizá algunas personas mayores del barrio aún recuerden que se jugaban la vida para ir a clase al otro lado del ferrocarril.
Y, cuando en los años 50 y 60 el barrio creció a un ritmo vertiginoso, nadie pareció pararse a pensar que toda aquella gente humilde que venía del campo a la ciudad en busca de trabajo no era simple mano de obra barata, sino que tenía necesidades. Y así, al no dejar hueco para ello entre sus calles, prácticamente todas las dotaciones educativas, sanitarias, deportivas o zonas verdes del barrio tuvieron que construirse a las espaldas del mismo. Fundamentalmente en lo que hoy es el Paseo Juan Carlos I, donde estuvieron la antigua finca y el castillo de Canterac. Y posteriormente, a base de lucha, ganando algo de terreno a los militares en la zona de Arca Real, donde hoy podemos disfrutar del Parque de la Paz.
Esas conquistas de la época más reciente, vinieron de la mano de la gente que nunca se resignó a pensar que la vía del tren, además de una barrera física, fuera también el muro de la indiferencia del resto de la ciudad. Esas conquistas también vienen de un movimiento vecinal que, como en tantos otros barrios, tuvo que refugiarse en subterfugios e ir esquivando como podía la represión de la dictadura franquista. O de gente ligada a parroquias como la de Santo Toribio en torno a figuras tan emblemáticas como la de Millán Santos. De la mano de toda esa gente que siempre ha estado a pie de calle, sin esperar que Las Delicias sea otra cosa distinta a lo que es: un barrio humilde, pero un barrio digno.
Formo parte de una generación marcada por la incertidumbre y la provisionalidad. Poca gente de mi edad podemos decir que nuestra profesión es la de electricista, abogada, dependiente de una tienda o cualquier otra porque trabajamos en lo que podemos y cuando podemos. Tampoco tenemos una vida ligada a un barrio determinado, porque el trabajo nos lleva fuera de la provincia o los precios de la vivienda a los municipios del entorno. Creo que muchas personas jóvenes echamos de menos poder sentirnos parte de algo y nos tenemos que conformar con refugiarnos en los recuerdos del colegio o el instituto…
Y, a pesar de ello, muchos de mis amigos y amigas presumen de ser de Las Delicias (por cierto, les llamamos “los deliciosos”), aunque la vida les haya llevado a la otra punta de la ciudad, a Madrid, precisamente cerca del Barrio madrileño de Delicias o de los ferroviarios, precursor del nuestro. O también a Inglaterra o a Estados Unidos. Quizá la fuerza de la identidad de este barrio provenga precisamente de su mezcla. Porque nació y, sobre todo, creció, como un barrio de inmigrantes. De personas que provenían de los pueblos de Valladolid, de Segovia, Zamora, Palencia, León… Y en los últimos años ha recibido a gente Bulgaria, de Marruecos, de Rumanía y otros muchos países, buscando lo mismo que los primeros: trabajo y oportunidades. Y, con las vueltas que da la vida, eso es precisamente lo que ahora más falta nos hace y mucha gente joven comienza a emprender el camino contrario, el de la emigración.
Como decía, a muchas personas nos falta esa ligazón estrecha a un barrio, y por eso yo estoy especialmente agradecida de tener la oportunidad de tener un contacto directo con muchos. Siempre digo que lo mejor de estar en el Ayuntamiento es la oportunidad de conocer a tanta gente y me hace especial ilusión que, ya siendo más mayor, esté pudiendo redescubrir Las Delicias de la mano de la gente que trabaja por el barrio. Precisamente, antes incluso de ser elegida como concejala, uno de mis primeros contactos con la asociación vecinal fue para reivindicar la realización de un parque junto al túnel de Labradores. Un parque que, de hacerse realidad, habrían podido ver prácticamente mis abuelos desde su ventana en aquella antigua casa de la que hablaba al principio.
Pero no solo he vuelto frecuentemente al barrio de la mano del movimiento vecinal, sino también de otros colectivos, como es el caso de la gente de ARVA, la Asociación de Alcohólicos Rehabilitados, que desempeñan una labor valiosísima, no solo en el barrio, sino en toda la ciudad. O para disfrutar de alguna de las galas que celebran en el local de la Luz de las Delicias, llenas de imaginación y creatividad.
En todos los barrios a los que voy me siento como en casa, pero no puedo evitar tener una sensación especial cada vez que vengo a Delicias, porque me evoca esos días de infancia, en los que aprendía a patinar y a andar en bici y gastaba la propina en pipas en el quiosco junto al túnel. Espero que disfrutéis tanto de estas fiestas como yo recuerdo haber disfrutado jugando en estas calles, las de uno de los barrios más
emblemáticos de nuestra ciudad. Gracias por hacerme sentir un poquito más de Las Delicias, ha sido un placer y un orgullo. Muchas gracias.»