Ayer tuve la suerte de coincidir en la calle con centenares o miles de chicas de instituto o de primeros años de carrera. Chicas que salían con una enorme energía y decisión a gritar “quiero ser libre, no valiente” y que daban un tono y una frescura totalmente distinta a otras manifestaciones por otras causas. Más de una vez casi nos limitamos a pasear en silencio o repitiendo lacónicos eslóganes que no por más combativos en su contenido, ni enérgicos en el tono, dejan de sonar machacones y un poco litúrgicos. Las pancartas hechas a mano y los cánticos espontáneos de esas mujeres jóvenes rezumaban verdad y eran el complemento perfecto a las que, año tras año, han mantenido vivo el 8 de marzo.
En los 90, cuando yo era una adolescente, no se hablaba demasiado de feminismo en los institutos y colegios. En todo caso, si tenías suerte, te hablaban de ello en alguna clase de historia, rara vez llegando a la etapa más contemporánea. Era algo que inevitablemente identificabas con el pasado. Por contra, estaba en auge el antirracismo. No sé si era por los ecos que venían de Sudáfrica, con la reciente elección de Mandela como presidente, o por la demasiado frecuente violencia neonazi en las calles de nuestras ciudades. Pero el caso es que era habitual ver pegatinas del Movimiento Contra la Intolerancia en muchas carpetas y buena parte de la incipiente inquietud política de quienes aún no llegábamos a la mayoría de edad se canalizaba en torno a este tema. De una forma simple pero intuitiva lo teníamos bastante claro: o eras antirracista o eras nazi.
Alguna amiga que ya tiene hijas en esa edad nos comentaba que las adolescentes ven esta cuestión de una manera igual de intuitiva: simplemente no entienden que alguien pueda no ser feminista, porque eso supondría defender la desigualdad. Cuando oyen esa frase tan repetida de “yo no soy ni machista ni feminista”, les suena tan estúpida como que alguien nos hubiera dicho en su día “yo no soy ni racista ni antirracista”. Si realmente no eres racista, por lógica eres antirracista; y si necesitas ambigüedades, igual es que un poquito racista sí que eres.
Habrá quien piense que este es un argumento maniqueo, simplista. Visto que en estas cuestiones terminológicas gusta acudir a lo que es académicamente correcto, viene al pelo la aclaración que ayer realizaba Fundeu: feminismo no es lo contrario de machismo.
La palabra «feminismo» no es un antónimo de «machismo»: https://t.co/4JkwCGskWt. #recoFundéu #DíaInternacionaldelaMujer pic.twitter.com/zczkNGYAWR
— Fundéu BBVA (@Fundeu) 8 de marzo de 2018
Si eres de quienes dices, como la ministra, que rechazas etiquetas y simplemente defiendes la igualdad, lo siento pero el diccionario de la RAE te trae una sorpresa: enhorabuena, eres feminista.
Ayer tuve una sensación familiar y enormemente placentera en las manifestaciones que recorrieron Valladolid. Quienes estamos acostumbradas a ser minoría en nuestras ideas y opiniones nos sorprende vernos de pronto en medio de una ola de sentido común. Acostumbradas a tantos ochos de marzo rodeadas siempre de caras conocidas (gracias por estar ahí siempre), pillaba un poco de sorpresa ver cómo miles de personas desbordaban las previsiones más optimistas. Nadie quería perdérselo. La sensación era familiar porque recordaba a las manifestaciones contra la guerra de Iraq en 2003 o al inesperado 15M, cuando quienes solíamos tirar para sacar adelante concentraciones de cientos de personas nos sentíamos felizmente prescindibles entre miles de caras desconocidas. En vez de sentirnos esos pocos bichos raros a los que la gente mira al pasar intentando escudriñar lo que pone en nuestras pancartas, esta vez eran las pocas personas que no se sumaban las que quizá se sentían marcianas. Todo el mundo sabía ayer a qué respondía esa gigantesca movilización porque el enorme trabajo realizado lleva poniendo durante ya bastantes semanas la agenda feminista en el centro del debate público.
Ese es el gran éxito de esta movilización, más allá de las emocionantes fotos y recuerdos de ayer que guardaremos para siempre. El feminismo ha dejado de ser cosa de los libros de texto y de una minoría estigmatizada, para convertirse en sentido común, muy especialmente para esa nueva generación de mujeres que viene pisando fuerte desde los institutos y que no concibe transigir con el más mínimo nivel de desigualdad.
A las que fueron, a las que son y a las que serán: gracias.
Nota: la fotografía es de la manifestación de la mañana del 8 de marzo en Valladolid. Fue realizada por Juan Postigo Vergel y la pancarta es de Elena Valverde
Gran artículo María! Orgullosa de ti y del cambio en esta ciudad 😉
Xof